Fernando Muscat: el medio centro insustituible
Hoy sabemos que Muscat, en su época, fue un gran jugador que destacó en su club, el Laietà, con el que fue varias veces campeón de Catalunya. Que fue jugador imprescindible en los partidos que jugó la selección catalana en los años treinta y también que fue medalla de plata con la selección española en el Europeo de 1935. Pero, podríamos contestar las siguientes preguntas: ¿Cómo era Muscat como jugador? ¿Cuáles eran sus principales virtudes? ¿Qué representó para el baloncesto catalán y español? Prácticamente no quedan testimonios directos, jugadores que compartieran la pista, entrenadores que lo dirigieran o simplemente espectadores que disfrutaran de su juego. A pesar de que parece difícil contestar a las anteriores preguntas, no es imposible. Buceando en las hemerotecas o escuchando atentamente las historias que nos han contando los más veteranos, sí podemos dibujar un perfil lo más aproximado.
En primer lugar fue un pionero, jugó al baloncesto desde 1923 con solo doce años y cuando muy pocos lo hacían. Entonces no existían equipos de categorías inferiores ni campos de minibasket. Para jugar se tuvo que hacer socio del Laietà. Entrenaba, fuese invierno o verano, a las siete de la mañana. Todo su aprendizaje lo realizó disputando partidos que se jugaban en campos de tierra de 48 x 26 m., en equipos formados por siete jugadores, con una indumentaria que aportaba él y calzando, probablemente, unas espardenyes (un calzado típico catalán). La pelota que utilizaba era de cuero con una válvula interior que se cerraba con unos hilos que formaban un costurón. Este generaba problemas para controlarla y también, a veces, heridas a los jugadores en sus manos. En caso de lluvia recogía el agua y la tierra y era absolutamente ingobernable (entonces los partidos no se suspendían salvo diluvio).
Debió destacar en el segundo equipo de su club porque siendo muy joven ya pasó a jugar en el primer equipo. La primera noticia encontrada en la que aparece relacionado con el primer equipo es del 2 de noviembre de 1927. En ella se habla de un partido de entrenamiento del día anterior. En aquellos meses de 1927 se realizaron multitud de partidos de entrenamiento para adaptarse a las nuevas normas: equipos de cinco jugadores, terrenos de juego de 28 x 16 m. y el cambio en la puntuación, a partir de entonces los “baskets” en juego valían dos puntos y no uno como antes. Las crónicas de la época nos describen el cambio “… con la nueva regla la furia ha perdido toda su influencia y todo lo que no sea serenidad y sangre fría deben de abstenerse de derrochar de ahora en adelante los jugadores…”. Por lo tanto con 16 años y 79 días ya había debutado. El periodista dice lo siguiente: “En Muscat tienen los layetenses un excelente medio centro muy seguro en el ataque y tiro al 'basket'. En esta nueva regla, más que en la de siete jugadores, el centro ha de ser un tercer delantero y Muscat reúne todas las condiciones para ello”.
El equipo estaba formado por dos defensas, un centro y dos delanteros. El centro tenía que ser el jugador más completo del equipo, ayudar en defensa, hacer de enlace entre la defensa y el ataque y también colaborar con los delanteros, defender, pasa, tirar y evidentemente tener visión de juego para aprovecharla tanto en defensa como en ataque. Poco bote y de driblings lo justo. Nada que se pareciese al baloncesto actual. Para ello tenía que acompañarse de un físico adecuado, fuerte, resistente y rápido. Está es la respuesta. Todo lo anteriormente descrito para un centro o mediocentro es la definición más aproximada que se podría hacer de Fernando Muscat. Un jugador físicamente fuerte y coordinado (entonces no había muchos jugadores de más de 1,75 de altura), que tenía fama de solidario en defensa y de buen pasador para los atacantes y que para colmo tenía un buen lanzamiento a canasta. Además era un jugador de exquisito comportamiento en el campo según las crónicas y los comentarios de sus compañeros. Fiel a sus colores nunca abandonó su club y cuando este requirió su ayuda tras la guerra él respondió y volvió a jugar con ellos.
En definitiva, para sus coetáneos era un jugador de talla internacional, con un juego perfecto y elegante que llegó a crear escuela por su estilo. Un atleta de excelente complexión física y un autentico sportman, tanto por su conducta en el campo, como por la práctica del deporte como una forma de entender la vida y de mejora constante como ser humano.
Colaboración especial de Lluís Puyalto, historiador de la Fundació del Bàsquet Català.