Marcel-lí Maneja, la Flecha

Las tradiciones son sagradas. Más si de por medio anda la familia. No intenten quedar con Marcel-lí Maneja un viernes al mediodía. Esa hora la tiene reservada. Sus nietas cumplen con la cita puntualmente. Les espera el abuelo en la casa familiar de toda la vida. En Hospitalet. “No nos deja cocinar. Él lo hace todo”, explica Montse, una de las comensales en el salón de "l'avi" y también periodista que le acompaña de entrevista a entrevista.

En la solapa de Marcel-lí luce brillante y orgullosa la insignia que le han concedido en el L'Hospitalet. Es y será su equipo, el de su pueblo, ahora gran urbe apoyada al costado de Barcelona. Aunque empezó en el mítico Junior y defendió la camiseta del Centre Catòlic y el Espanyol, seguramente es la Penya donde encontró la cumbre y el presitigio que le hicieron ser uno de los jugadores más populares en la posguerra. Pero esa fama no era sinónimo de altos contratos. Cuenta una anécdota que así lo refleja. Sin 'rodalies' ni grandes autopistas de circunvalación, Maneja utilizaba su propio método para ir y volver a los entrenamientos. “Hacía el recorrido en bicicleta entre Hospitalet y Badalona, que están a unos 15 kilómetros. Utilizaba el ejercicio para calentar y ponerme en forma y para ahorrarme lo que me costaban los tranvías o el taxi”, reconoce este lúcido señor de 93 años que junto a Eduardo Kucharski formaron el conocido como 'Huracán Verde', primer gran equipo de la Penya, donde se retiró en 1953.

Marcel-lí Maneja, foto vía Solobasket

Maneja fue todo un precursor. Carlos Jiménez, fundador de Solobasket, acertó en la comparación al aventurarse a denominarle el primer Sergio Rodríguez en el titular de un recomendable reportaje. Quizá el símil con Ricky Rubio sea más acertado. Y no solo hablamos por la posición (base), el color de una camiseta (Penya) y el gusto compartido por el arte de la creatividad y la asistencia. También por la estétita. Maneja marcó tendencia con una media melenilla que se ajustaba con un trapo blanco para evitar que se le cayera sobre los ojos, como décadas después se derramaba rebelde el flequillo de Ricky. El pasado mes de marzo el Joventut le invitó a visitar al equipo y como regalo se llevó la cinta de Tariq Kirksay, “Yo hacía pases por la espalda y sin mirar. Nunca le había visto a nadie hacerlos, pero a mí me salían de forma natural”, narra sin pretensiones, pero orgulloso de que su legado abriera el camino a las generaciones futuras.


Apenas coincidió con Fernando Muscat. Sus caminos se cruzaron. Cuando el catalán empezaba a vislumbrar el mundo del baloncesto senior, el aragonés apuraba sus últimas carreras en el Laietà. Pero sí lo admiraba y lo conocía bien. “Mi hermano mayor sí jugó con él. Incluso llegaron a coincidir en la Guerra, cuando estaban en Intendencia en el ejército republicano. Recuerdo verles jugar en un campo cerca del frente, durante un permiso”, desvela este increíble personaje que fue apodado 'La Flecha' por su rapidez en mitad de otro conflicto bélico. El mote se lo pusieron los periodistas franceses, en Tolousse, en un encuentro en marzo de 1943. Los nazis controlaban Francia con el gobierno títere de Vichy, aliado de la España franquista. Aprovechando esa buena relación, la selección española fue invitada a cruzar los Pirineos en el primer gran partido tras el Europeo del 35. Maneja fue la estrella de ese partido que empezó con las dos alineaciones cuadradas haciendo el saludo fascista. Marcel-lí se fue del campo firmando autógrafos pese a la derrota de su equipo (25-24).


Era un baloncesto amateur, que se jugaba en alpargatas, donde había que quitar las piedras del campo antes de jugar, de duchas frías y en el que la pelota de cuero 'picaba' en las manos. Un baloncesto olvidado y arrinconado, cuyas ardientes experiencias no se han extinguido en la mente lúcida de Maneja.