Y Miguel Vizcarra encestó desde la media pista en París

El padre de Miguel Vizcarra tenía la representación de Montesa en Aragón. Cuando Miguel, uno de los históricos de Helios que siguieron la estela de los pioneros del deporte de la canasta, dejó de jugar, se adentró de lleno en el mundo de la mecánica. Antonio Cano, pívot zaragozano del Iberia, recordaba que le había comprado a Vizcarra su primera moto, y así se iban a Huesca a ver los partidos: motorizados.

Los Vizcarra aterrizaron en Zaragoza vía Barcelona, adonde habían llegado desde la Puebla de Híjar. Al lado de la estatua de Colón, los abuelos de Miguel abrieron el restaurante «El Baturrico», junto al Arco del Teatro, en el que servían comida típica aragonesa a los estibadores que acudían desde el puerto. Así que fue en uno de esos viajes de visita a la familia, cuando un adolescente Miguel tuvo referencias del club de Helios, donde a la vuelta se inscribió por recomendación en la sede de la calle Méndez Núñez. «Tengo que ir a buscar el nuevo carnet porque ahora soy el socio número 1 de Helios. Yo jugué el primer partido con luz artificial a orillas del Ebro«. Empezó con Chausson de entrenador, y coincidió con Jesús Moreno, Ernesto Franco, Tomey o Casabón.

«Durante la Guerra marché a Barcelona y volví a Zaragoza en el 39. En el colegio de La Salle, donde estudiábamos Buenacasa, Giménez Montañés, mi hermano y yo, nos pusieron en el patio unas canastas fijas de cemento, y allí jugábamos«. Este centro escolar fue pionero en el desarrollo del baloncesto como medio de formación física e inscribió sus equipos en ligas organizadas por el Frente de Juventudes junto al Instituto Goya o los grupos universitarios de la SEU o de las Flechas de Falange a principios de los años cuarenta.

Aquella generación fue sustituyendo a la que comenzó a sembrar la pasión por el baloncesto en Helios en tiempos de la II República. Vizcarra comandó a un grupo junto a los hermanos Bruñén, Tomey o López Zubero que fueron hijos deportivos de los Moreno, Casabón, Chicot, …

Ya en período de paz, se dieron las condiciones para que estos aventureros de Zaragoza salieran fuera de la región para medirse con otros equipos y ampliar su conocimiento del baloncesto: «El primer partido que me desplacé fue para jugar contra el Layetano, que nos pasaron por encima, y luego otra vez contra un equipo con Kucharski, Navarrete y Carreras en el Price de Barcelona y también nos ganaron«. Aquellos viajes con Helios, con el Real Zaragoza o con combinados de jugadores zaragozanos, tenían una vertiente deportiva a la vez que experiencial. «Estuvimos en París -recuerda Miguel Vizcarra, hoy un vital nonagenario al que se le ilumina el rostro recordando aquellos lejanos años del baloncesto-, jugando contra los campeones de allí, y yo metí una canasta desde medio campo, que la gente dijo OOOOoooooh… Fue lo único que hice, bueno luego también defender…».

El modesto Miguel Vizcarra colgó las botas en los albores de los años 50. Fue uno de los jugadores de la dura posguerra que se mantuvo en activo durante más temporadas y un verdadero referente para los futuros mañicos que terminaron de fraguar en ese legado la pasión por un deporte hecho ahora orgullo y escudo de la ciudad.